Cuando no te quede nada, no creas que perdiste lo que nunca existió.

No sé qué esperabas que hiciera si la desidia se había apoderado de cada rincón de esta casa, si ya nunca estabas cuando gritaba en silencio en una cama vacía.
No es fácil ver cómo se rompen las promesas o cómo se difuminan los recuerdos de quien creíste conocer.

¿Qué esperabas que te dijera si cada vez me costaba más sostener las paredes para no quedarme atrapada entre tantas ruinas?

La decepción, la inquietud y la desolación se han vuelto una plaga que nos abraza tan fuerte que nos asfixia.

No es más que un sueño dentro de un sueño, una mentira dentro de una mentira, la vida de Segismundo multiplicada por dos.

No es más que sentir que he amado una sombra que me ha devuelto una soledad inapelable.

¿Qué quieres que te diga? ¿Que no ocurrió?

¿Quieres que te diga que todo fue fruto de una confusión demasiado temprana para comprender que solo nos aferrábamos a una idea que por un instante tuvo nuestros nombres?

El tiempo que se pierde, ya no se recupera

A falta de cuatro minutos sabes que va a ser el más triste de la historia porque ya no hay vuelta atrás, porque ya no queda nadie que valga la pena. El tiempo que se pierde ya no se recupera. Nunca más volverás a ser quien eres ahora porque el presente siempre pasa rápido, es una especie de relámpago que no espera a nadie pero lo ilumina todo y te ayuda a ver la soledad que te acompaña.

Tienes tan solo un banco en el que sentarte y temblar de frío, sin compañía, sin un abrazo, sin ganas de seguir, pero sigues respirando.

Sigues respirando aunque no quieras porque somos más fuertes de lo que creemos. Todavía te queda un consuelo: cuando ya no tienes nada que perder, el miedo desaparece.

Ya no me queda nada. Ya no tengo miedo.

Vacío

A veces podemos volver a unir lo que se rompió, pero sin darnos cuenta hay partes que se quedaron por el camino y nos dejan un hueco que ya no se llena porque no hay piezas que puedan encajar con algo que fue único.

Así se crean los vacíos y así duele tu recuerdo.

Decir adiós es también un principio

Decir adiós es también un principio.

Despedirse es una forma de empezar.

Es saber desnudarnos de la piel

y abandonar aquella

falsa felicidad

temblorosa.

Guardaré durante un tiempo

la verdad de tus labios y

el sexo cargado de poesía.

Las dudas posesivas acecharán

a este cuerpo,

pero me iré alejando de ti

despacio

como una luz en el mar

que te atrapa

pero siempre desaparece.

Dejaré que todo ocurra y

que todo pase,

como pasa la lluvia por el cristal

de las ventanas.

Te aseguro

que existe un lugar donde podré

(tal vez podremos)

volver a ser felices.

No sé dónde ni cuándo,

pero la sensación será parecida

a la de ir descalza

pisando la arena de la playa.

Quién sabe…

Quién sabe si tal vez, dentro de unos años, nos volvamos a encontrar caminando por este viejo pueblo,

cada uno inmerso en su mundo,

tan diferente del que vivimos o sentimos ahora.

Tal vez tú ya no tengas tanta prisa por salir corriendo.

Y tal vez yo no necesite darle tantas vueltas a las palabras y por fin me surjan solas.

Podría ser una conversación trivial, sin demasiados aderezos, pero en el fondo sentida. Sin falsedad.

Sé que nuestras sonrisas no serían fingidas.

Tú me confesarías que nunca pudiste dejar el tabaco,

yo reconocería que jamás dejé la manía de morderme las uñas.

Quizá entonces nos arrepentiríamos de cómo hicimos las cosas en el pasado, pero decirlo en voz alta seguiría sin ser nuestro estilo.

Seguiríamos fieles a la decisión tomada y los dos besos volverían a marcar otra despedida.

Quién sabe si sería entonces cuando descubriría que podía seguir viviendo sin ti y que, de hecho, ya me había acostumbrado a hacerlo.

Pero, sin embargo, a pesar de todo, preferiría seguir a tu lado.

La vida no es justa

La primera lección que deberían enseñarnos en la escuela es que la vida no es justa.

Ser humano implica equivocarse, pero sobre todo saber rectificar. Hoy ya no me avergüenzo al decir que tengo miedo, porque a veces soy frágil. Es por eso que me esfuerzo en alcanzar al tiempo y tomarle por sorpresa un arcón de segundas oportunidades, sabiendo que la única oportunidad que puede darme el tiempo es el aprendizaje y la madurez para no caer en los mismos errores. Sin embargo, otras veces soy fuerte y luchadora y, así, acepto las dolencias de la vida, tanto aquellas que son consecuencia de mis actos como otras que llegan sin llamar a la puerta.

Algo tan simple como una canción o un poema me devuelven la esperanza y se esboza en este rostro desgastado una leve sonrisa porque recuerdo que aunque la tormenta trae lluvia, ésta siempre desemboca en el océano.

La vida empieza ahora

Apretemos fuerte los ojos

y pidamos un deseo.

Yo seré una persona más libre, más valiente y generosa.

Tú, simplemente, no formarás ya parte de mi vida y no le hablaré a nadie de ti, de tu olor a tabaco y limón, de tus lluvias y apagones.

No habrá más etcéteras desgastados.

Sabré vivir otra vida sin ti y ni siquiera sabré qué he perdido o ganado, porque serás solo un desconocido que camina por la calle fumando.

El dolor se esfumará tan rápido como un cometa que se aleja sin rumbo.

Lo cotidiano será el argumento de mi vida, sin huracanes, sin amaneceres. Pero no lo echaré de menos, nunca lo habré vivido.

Apretemos fuerte los ojos

y pidamos un deseo.

La vida empieza ahora.

Volveremos a ser niños y en la infancia estará nuestra patria.

Nacimos para querernos, pero no para estar juntos.

La vida empieza ahora.