Simplemente yo


Reflexiva, amante del café y el chocolate, sonriente y defensora de los animales.
Crítica -tal vez demasiado – soñadora y lectora voraz.

De izquierdas, aunque mi color favorito es el azul.

Nerviosa, muy nerviosa y perfeccionista, casi rozando la locura en alguna ocasión.


Si mi vida fuese una novela, podría dar algunos títulos que se acercarían bastante a ella, pero querría escribirla yo misma.


¿Escritora, entonces? Depende qué se entienda por dicho término.


Intuitiva, tímida e indecisa.
A veces vivo en poemas ajenos, en mundos que no son el mío, pero cuando vuelvo a mi casa la siento mi hogar y ya no me cuesta reconocerme en los espejos.


Cariñosa y detallista, aunque algo despistada.
Impulsiva cuando de algunos sentimientos se trata, incontrolable si hablamos de emociones.
Reservada, luchadora y perseverante.


Hecha de contradicciones, demasiadas para plasmar aquí.


Ilusionada por las pequeñas cosas que pasan en el día a día.


Feliz por lo que soy y lo que me define.

Difuso

Noto cómo me voy volviendo más difusa, menos clara.

Me estoy difuminando como el grafito en la obra del artista.

Me estoy deshilachando y de lo que era no quedan ya más que jirones.

Lo comprendo. La vida no es mansa. Y vivir tiene un precio.

Estoy dispuesta a pagarlo.

Aquí están mis cicatrices.

Pero seguiré sonriente aunque mi silueta se confunda con la lluvia.

Estoy llena de veranos, de canciones, de colores, de poemas, de amaneceres.

Las grietas del otoño o las tardes de domingo no son más que eso.

En todos los finales aparece una ráfaga de viento que arrastra las hojas amarillas y nos desnuda, arrebatándonos una parte del pasado y regalándonos un nuevo comienzo.

Las nubes bailan en el cielo, dibujando formas desconocidas.

Se vuelven pétalos los párpados y el aire se tiñe de colores.

El apego

Nos han educado y criado para sentir apego y estar condicionados por él.

La gran mayoría de esta sociedad padecemos el sufrimiento que el apego nos ocasiona, pues en el momento en que este se produce, nuestra felicidad deja de depender de nosotros mismos, otorgamos ese poder a otra persona y dependiendo de sus actos, acabamos siendo infelices, sintiéndonos incompletos y vacíos.

La felicidad depende tan solo de ti. Si tú mismo no eres capaz de darte lo que necesitas, nadie podrá hacerlo. Por eso es tan importante que no otorguemos ese poder a nadie y que lo guardemos bajo llave, así nadie podrá dañarnos emocionalmente. Tú eres dueña de ti misma.

El apego nos hace sentir inseguros y con una autoestima deteriorada. Esto conduce inevitablemente a los celos y actitudes posesivas.

Dejemos de querer y comencemos a amar. Cuando «quiero» lo hago de fuera hacia adentro, espero recibir algo de los demás para completarme, pero cuando «amo» a alguien lo hago de dentro hacia afuera, siendo un ser completo, que comparte lo que hay dentro de sí mismo.

Dejar de sentir apego no es un camino camino fácil; al contrario, es un proceso complejo y costoso, pero desde luego necesario para encontrarnos en paz con nosotros mismos, para conectar con nuestro ser interior y dejar a un lado la mente, que nos intenta controlar y mantener sumisos.

Cuando solo «quieres» dejas de ser tú, te alejas de tu ser y te corrompes: actúas por y para los demás, buscas agradarles y de ese modo marginas tu propia identidad.

Si consigues dejar a un lado el apego, si consigues amar y dejar de querer, dejarás de sufrir. Sentirás dolor porque la vida duele, pero esas punzadas que te provoca el sufrimiento innecesario desaparecerá, porque dejarás de esperar de los demás, dejarás de necesitar.

Deja de buscar fuera porque lo único que necesitas está dentro de ti.

En palabras de Buda: «El dolor es inevitable, el sufrimiento opcional».