Zona oeste

Empecé a pensar en él tan tarde que no comprendí por qué no había sucedido antes. Aquel año cambiaron muchas cosas en mi vida, ahora me resulta extraño pensar en cómo era todo entonces. Con respecto a los últimos meses, mi mente estaba tan ocupada tratando de encontrar un camino por el que seguir, que ya no me apetecía encontrar tiempo de mirar siquiera por la ventana; aunque resultó que al final encontré la necesidad de hacerlo. En cualquier caso, ninguno de los dos habíamos encontrado nada inusual para fijar la vista en el otro demasiado tiempo. Hasta que simplemente sucedió.

Ahora me cuesta imaginar un verano cualquiera saludándonos de forma inocente, intercambiando quizá un saludo con alguna pregunta y una breve sonrisa. Cómo podía ser que no supiésemos nada el uno del otro y que, tal vez, no sintiéramos ningún tipo de interés.

Las cosas empezaron a cambiar tan gradualmente que no me di ni cuenta. El otoño iba dejando caer las hojas de los árboles y nosotros íbamos adentrándonos en un bosque cada vez más espeso. Fue ahí donde comenzamos a caminar juntos, y poco a poco nos atrevimos a mirar fijamente lo que había en los ojos del otro. En ese momento, no supe muy bien qué era, pero hubo algo que me hizo pensar que podría quedarme mirándolo durante mucho tiempo.

Es complicado explicar qué fue lo que pasó, pero una ventana se abría y esta vez sí me apetecía observar todo lo que pasara por ella, en cualquier estación, en cualquier momento.