Reinventándome

Sabía que abril iba a dolerle demasiado, todavía no conocía el significado de la palabra olvido, aunque iba acostumbrándose a su nueva vida. Haberse ido del pueblo era la mejor decisión que había tomado en mucho tiempo. Era un suplicio soportar el aire cargado a recuerdos que había en cada rincón. Al menos aquí nada le recordaba lo que fue, aunque sí lo que podría haber sido. Eso seguía torturándola a veces.

Sin embargo, el cambio de vida había sido, sin duda, cualitativo. Ahora tenía una casa enorme para ella sola y por fin había llegado el espacio que en los últimos meses tanto había deseado. Disfrutaba como nunca del aroma a canela y naranja por todas las habitaciones y miraba una y otra vez las cajas que le habían enviado llenas de libros, preparados para ser colocados en la nueva estantería del salón. Ya no había humo ni olor a tabaco. Deshacerse de aquello, ya era un gran paso.

En su vida ya solo era ella y quien ella decidiese que podía entrar. De momento, se conformaba con lo que tenía y no quería arriesgarse a tomar prestado algo más de la vida, porque si de algo le había servido el último golpe era para aprender que no quería volver a depender de nadie más que de sí misma. A veces le costaba reconocerse, pues ni siquiera encontraba el momento de llamar a sus padres por teléfono para contarles cómo le había ido el día. Parecía que se había tomado la libertad muy en serio.

Quién iba a decirle que aprobar aquel examen la llevaría a la Rioja, que se sentiría más que nunca del norte y que descubrirá el encanto de callejear por Logroño. Le estaba cogiendo el gusto a los pinchos y, sobre todo, al Rioja. Siempre había sido más de blanco o rosado, pero sus compañeros le habían enseñado a saborear un buen tinto.

Creo que era feliz o estaba bastante cerca de lo que puede llamarse felicidad. Los días pasaban rápidos, llenos de comentarios de literatura y de poesía. Sin pensarlo si quiera, había aparecido en ella algo que llevaba tiempo buscando: su vocación. Se le apareció haciendo algo tan banal como explicar el origen de la Ilíada a una clase de treinta niños. Y, así, un día tras otro, supo que había escogido uno de esos caminos que te llevan adonde deseas ir.

Por otro lado, era encargada de la biblioteca, donde podía disfrutar del silencio y de un mundo lleno de historias todavía desconocidas. Allí mismo le habían propuesto participar en un club de lectura, pero no uno cualquiera, sino un club en el que todos los participantes leían entre sí sus propios poemas, sus relatos o sus novelas. De hecho, tenía que prepararse para un recital en un pequeño local. Por primera vez iba a leer lo que había escrito. Sabía que leer poemas del pasado sería duro, pero el destino le estaba abriendo una puerta que no podía dejar que se cerrara.

Cada vez se iba desdibujando más aquella niña necesitada de cariño y cada vez se convertía más en una mujer que sabía por qué luchaba y hasta dónde estaba dispuesta a llegar para conseguir lo que quería.