En ocasiones tratamos a los libros como a las personas, juzgándolos por su apariencia. Los dejamos pasar si no nos atrae la primera impresión.
A veces un obstinado o despistado lector deja pasar al libro de su vida, aquel que hubiera destacado en su estantería, posteriormente, entre todos los demás tan solo porque su portada no era lo suficientemente comercial, porque la tapa estaba un poco desgastada, porque las primeras palabras no fueron demasiado atractivas o porque sus colores eran apagados o demasiado agresivos.
Sin embargo, sé que todavía somos muchos los que nos atrevemos a apostar por aquel libro desgastado de segunda mano, lleno de historias desconocidas, con dedicatorias que nos hacen soñar una vida distinta a la nuestra, una vida ajena y desconocida de alguien que tiene algo en común con nosotros aunque él no lo sepa. Recuerda que alguien tuvo ese mismo libro entre las manos y tal vez lo amó o lo detestó. No importa cuál fuera su sentimiento hacia él, sino el viaje que te permite imaginar qué pasó. ¿Acaso no es eso la literatura? ¿Acaso no debe interpretar cada lector, a su modo, cada palabra, cada fragmento, cada oración? Entonces, ¿por qué no soñar y dejarnos llevar también con una simple dedicatoria, con una simple página doblada, con un simple subrayado?
No rechacemos, pues, al libro por su ropaje raído. Démosle una oportunidad para que nos cuente qué sucedió.
