El tiempo que se pierde, ya no se recupera

A falta de cuatro minutos sabes que va a ser el más triste de la historia porque ya no hay vuelta atrás, porque ya no queda nadie que valga la pena. El tiempo que se pierde ya no se recupera. Nunca más volverás a ser quien eres ahora porque el presente siempre pasa rápido, es una especie de relámpago que no espera a nadie pero lo ilumina todo y te ayuda a ver la soledad que te acompaña.

Tienes tan solo un banco en el que sentarte y temblar de frío, sin compañía, sin un abrazo, sin ganas de seguir, pero sigues respirando.

Sigues respirando aunque no quieras porque somos más fuertes de lo que creemos. Todavía te queda un consuelo: cuando ya no tienes nada que perder, el miedo desaparece.

Ya no me queda nada. Ya no tengo miedo.

Absolvamos el enigma de la ropa

“La poesía destruye al hombre” nos dijo aquel sabio,

aquel último hombre al que muchos llamaron viejo loco.

 

La poesía nos devora. Unas veces con calma, otras con prisa.

Entra en nuestras vidas haciéndonos comprender que nada sabíamos antes de ella.

Nada éramos.

 

Me tumbo de madrugada, con todas las luces ya apagadas,

y presiento tu aliento desgarrado,

tus mismas preguntas,

tus mismas inquietudes que con el tiempo no cambian,

solo te vuelven más loco para algunos.

Para mí más sabio.

 

¿Por qué llamamos pájaro al pájaro? ¿Por qué no hierba o flor?

Desnúdame de tantas mentiras, de tantas palabras perdidas

que no sabemos –ni sabremos nunca-  de dónde vienen.

 

 

Esta inefabilidad de las palabras, de las cosas y de la vida nos consume.

Absolvamos, pues, el enigma de la ropa.

Esta ignorancia se nos clava en la piel como alfileres.