Difuso

Noto cómo me voy volviendo más difusa, menos clara.

Me estoy difuminando como el grafito en la obra del artista.

Me estoy deshilachando y de lo que era no quedan ya más que jirones.

Lo comprendo. La vida no es mansa. Y vivir tiene un precio.

Estoy dispuesta a pagarlo.

Aquí están mis cicatrices.

Pero seguiré sonriente aunque mi silueta se confunda con la lluvia.

Estoy llena de veranos, de canciones, de colores, de poemas, de amaneceres.

Las grietas del otoño o las tardes de domingo no son más que eso.

En todos los finales aparece una ráfaga de viento que arrastra las hojas amarillas y nos desnuda, arrebatándonos una parte del pasado y regalándonos un nuevo comienzo.

Las nubes bailan en el cielo, dibujando formas desconocidas.

Se vuelven pétalos los párpados y el aire se tiñe de colores.

Presencia

¿Alguien más ha visto cómo dibujabas en el aire?

¿Acaso tú puedes sentir todavía las gotas de agua cayendo sobre nuestra piel?

Me pregunto, si aún hoy, llega hasta tu puerta el evocador sonido de la lluvia

o si entiendes cómo me alientan tus palabras en esta tarde oscura.

Tu memoria, que me ampara en medio de esta bruma,

hace que la ausencia se vuelva presencia.

Otoño

Se hace eco la nostalgia del sol en los tejados

cuando la repentina brisa del otoño sobrecoge nuestros cuerpos.

 

De nuevo siento la inapetencia de seguir perteneciendo a un mundo

de seres inertes,

marionetas conducidas por el sentimiento de supervivencia.

Sobrevivir a cualquier precio.

 

El calor de tus labios cuando estamos a solas

se va evaporando, despacio, como la espuma.

Pronto se olvida el sudor de tantas noches.

 

El eterno temor de invocar al pasado sigue presente en tu rostro

como una enfermedad incurable.

Y yo, como si acabara de despertar de un sueño, no acierto a decir qué sucedió.

Buscaba algo, creí encontrarlo y cuando desperté me encontré sola.

Absolvamos el enigma de la ropa

“La poesía destruye al hombre” nos dijo aquel sabio,

aquel último hombre al que muchos llamaron viejo loco.

 

La poesía nos devora. Unas veces con calma, otras con prisa.

Entra en nuestras vidas haciéndonos comprender que nada sabíamos antes de ella.

Nada éramos.

 

Me tumbo de madrugada, con todas las luces ya apagadas,

y presiento tu aliento desgarrado,

tus mismas preguntas,

tus mismas inquietudes que con el tiempo no cambian,

solo te vuelven más loco para algunos.

Para mí más sabio.

 

¿Por qué llamamos pájaro al pájaro? ¿Por qué no hierba o flor?

Desnúdame de tantas mentiras, de tantas palabras perdidas

que no sabemos –ni sabremos nunca-  de dónde vienen.

 

 

Esta inefabilidad de las palabras, de las cosas y de la vida nos consume.

Absolvamos, pues, el enigma de la ropa.

Esta ignorancia se nos clava en la piel como alfileres.

Viajes en tren

Otra semana más me encuentro a mí misma sentada en este tren, sin más compañía que un viejo libro releído ya tantas veces en silencio, de estación en estación, que reconozco ya el olor de sus páginas amarillas y encuentro el sentido a cada palabra, a cada intención, a cada alusión al tiempo.

El murmullo de los viajeros se me antoja estridente ahora. Me molestan sus voces. No puedo evitar escuchar conversaciones banales que ni a ellos interesan. La vejez me ha convertido en un ser huraño. Recuerdo demasiadas veces que debo alejarme del mundanal ruido.

Vuelvo a mi libro, que en realidad no es ya más que un cúmulo de hojas de papel desgastadas por el roce de mis manos. Entonces, me doy cuenta entre los bruscos tambaleos del tren que me lleva a aquella que un día fue nuestra casa, que la vida no nos devuelve nada. No nos pregunta. No se molesta en dar explicaciones.

«Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena»

«Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena» J. Sabina

 

Otra vez tú y yo frente a frente, Ciudad del Viento.

Otra vez, tan igual a la primera, llena de desconcierto,

de miedo e incertidumbre.

Esta vez, tú más bonita que nunca, yo más cobarde que antes.

Con más años, sí, pero con la sonrisa tan desdibujada.

Te miro desde una ventana que no es la mía,

sintiéndome una veraneante perdida entre la nada.

Ya  no me acuerdo de qué calles llevaban tu nombre,

ya no te encuentro.

Hoy solo hay tiempo para las nubes.

 

Olor a pólvora

Podríamos decir que entre tú y yo no pasa nada,

que el verano continúa.

Pero el otoño se acerca despacio,

sin hacer apenas ruido,

acortando las tardes, acallando a las cigarras,

silenciando las calles y obligando a los niños a volver a sus casas.

 

Podríamos decir que entre tú y yo no pasa nada,

que el verano continúa.

Pero un silencio súbito se apodera de todo lo que nos rodea,

Sin clemencia,

Sin piedad,

Sin segundas oportunidades.

 

Ahora todo lo cubre un manto espeso:

Aire con olor a pólvora, a incertidumbre.

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