Difuso

Noto cómo me voy volviendo más difusa, menos clara.

Me estoy difuminando como el grafito en la obra del artista.

Me estoy deshilachando y de lo que era no quedan ya más que jirones.

Lo comprendo. La vida no es mansa. Y vivir tiene un precio.

Estoy dispuesta a pagarlo.

Aquí están mis cicatrices.

Pero seguiré sonriente aunque mi silueta se confunda con la lluvia.

Estoy llena de veranos, de canciones, de colores, de poemas, de amaneceres.

Las grietas del otoño o las tardes de domingo no son más que eso.

En todos los finales aparece una ráfaga de viento que arrastra las hojas amarillas y nos desnuda, arrebatándonos una parte del pasado y regalándonos un nuevo comienzo.

Las nubes bailan en el cielo, dibujando formas desconocidas.

Se vuelven pétalos los párpados y el aire se tiñe de colores.

Presencia

¿Alguien más ha visto cómo dibujabas en el aire?

¿Acaso tú puedes sentir todavía las gotas de agua cayendo sobre nuestra piel?

Me pregunto, si aún hoy, llega hasta tu puerta el evocador sonido de la lluvia

o si entiendes cómo me alientan tus palabras en esta tarde oscura.

Tu memoria, que me ampara en medio de esta bruma,

hace que la ausencia se vuelva presencia.

Zaragoza

Al final sigo siendo yo aunque el brillo de mis ojos sea diferente. Y no sé si eso me reconforta o me lleva a la deriva. Sigo sin entenderme a veces, llorando porque sí o riéndome de los recuerdos. Sigo pensando en ti como lo hacía antes, pero también soy capaz de hacerlo con una nueva perspectiva. Pero como digo, sigo siendo yo: una intensa, una romántica. Una persona algo perdida en la inmensidad, en un tiempo y una sociedad que no la representan. Tal vez solo sea una dramática, pero prefiero sentirlo todo así que ser incapaz de reflexionar, de autoanalizarme o de asumir qué he hecho mal. Tal vez en esta vida me haya equivocado demasiadas veces, pero nadie me había enseñado a jugar.

Viajar en tren, escuchar Vetusta, leer un libro y volver a Zaragoza. Al final todo se repite pero de forma distinta, porque el tiempo pasa, algunas personas cambian, pero otras permanecemos así, sentadas en el vagón, contemplando el horizonte, recordando otros viajes, recordando otros paisajes y otras manos que nos estrechaban fuerte.

Decir adiós es también un principio

Decir adiós es también un principio.

Despedirse es una forma de empezar.

Es saber desnudarnos de la piel

y abandonar aquella

falsa felicidad

temblorosa.

Guardaré durante un tiempo

la verdad de tus labios y

el sexo cargado de poesía.

Las dudas posesivas acecharán

a este cuerpo,

pero me iré alejando de ti

despacio

como una luz en el mar

que te atrapa

pero siempre desaparece.

Dejaré que todo ocurra y

que todo pase,

como pasa la lluvia por el cristal

de las ventanas.

Te aseguro

que existe un lugar donde podré

(tal vez podremos)

volver a ser felices.

No sé dónde ni cuándo,

pero la sensación será parecida

a la de ir descalza

pisando la arena de la playa.

BKK station

No necesito recorrer el mundo

para saber que te quiero

aquí

a mi lado.

Da igual Bangkok o Madrid

si echo de menos el olor de tu tabaco,

nuestras hipótesis absurdas

y aquellas miradas desnudas.

Que incluso las peleas me saben

ahora

menos amargas.

La falta de palabras,

la eterna inefabilidad

lo explica todo.

No fue perfecto, pero sí auténtico.

Pocas cosas reales quedan ya

en esta insoportable levedad.

Avísame cuando esos ojos

oscuros

dejen de ser dos agujeros negros.

No necesitas verme recorrer el mundo

para saber que te espero

aquí

allí

en cualquier parte.

No necesito recorrer el mundo

para saberlo.

Paz

Volveré con una piel más dorada, marcada por los abrazos del sol, algo inusual en un cuerpo que ha vivido encerrado en tantos inviernos.

Pareceré otra o tal vez la misma, pero tan solo yo sabré quién se oculta tras las palabras que se entremezclan con la arena y el sabor del mar.

Seguiré buscando la dulzura porque nunca he sabido vivir entre tanta sal. Y, aunque no vuelva a ningún lugar, siento que de algún modo regreso donde siempre quise estar.

El caos es especialista en seducir a mi equilibrio, pero hoy mi cuerpo me pide paz y se la voy a dar.

Aves sin nido

Somos aves sin nido,

no tenemos lugar al que regresar.

Tenemos unas alas preciosas

pero una inseguridad aplastante nos las corta.

No obstante, una vez emprendas el despegue

y sientas lo que es estar en las alturas,

desaparecerá el miedo.

O al menos, la aventura lo mitigará.

No somos de nada ni de nadie.

Solo aves en estaciones de paso

Londres

Londres se dibuja misterioso

en la pupila de tus ojos

con la fuerza de un agujero negro

que todo lo atrapa.

Londres te busca en los espejos

de los charcos,

en la luz de cualquier escaparate.

Recuerda tu figura de mujer lasciva y caprichosa

perdiéndose entre la niebla.

Después,

vuelves a desvanecerte

igual que la lluvia en el trópico.

Ahora,

te desvaneces

como un espejismo en medio del desierto.

La ciudad me susurra que no eres

ya más

que la arena atrapada en los zapatos

tras un verano en la playa.

No eres

ya más

que la escarcha

a las orillas del Támesis

en un invierno frío.

Cada corazón guarda un secreto.

Cada misterio anhela revelarse.

Cada gota esconde una pizca de ternura.

Cada mirada entre nosotros es un «hoy es siempre todavía».