Cuando no te quede nada, no creas que perdiste lo que nunca existió.

No sé qué esperabas que hiciera si la desidia se había apoderado de cada rincón de esta casa, si ya nunca estabas cuando gritaba en silencio en una cama vacía.
No es fácil ver cómo se rompen las promesas o cómo se difuminan los recuerdos de quien creíste conocer.

¿Qué esperabas que te dijera si cada vez me costaba más sostener las paredes para no quedarme atrapada entre tantas ruinas?

La decepción, la inquietud y la desolación se han vuelto una plaga que nos abraza tan fuerte que nos asfixia.

No es más que un sueño dentro de un sueño, una mentira dentro de una mentira, la vida de Segismundo multiplicada por dos.

No es más que sentir que he amado una sombra que me ha devuelto una soledad inapelable.

¿Qué quieres que te diga? ¿Que no ocurrió?

¿Quieres que te diga que todo fue fruto de una confusión demasiado temprana para comprender que solo nos aferrábamos a una idea que por un instante tuvo nuestros nombres?

Locura

El miedo a enloquecer ha vuelto. Abro los ojos a medianoche, tumbada en la cama, y la veo. Está allí, quieta, esperando un momento de debilidad. No miento, la locura me está saludando asomada a la puerta de mi habitación.

No sé cómo ha ocurrido, pero ha entrado, ha venido de nuevo y me sonríe. Yo tengo miedo y cierro los ojos fuerte, muy fuerte, esperando que desaparezca. Pero ya no consigo controlar los pensamientos, la marabunta de emociones se ha desatado y se ha apoderado de mí.

Siento que estoy resbalando a un pozo de pánico que me paraliza y me congela. Me aterra tanto no ser capaz de salir, como permanecer aquí tan solo cinco segundos. Es demasiado tiempo. Soy demasiado cobarde para sobrevivir.

Vacío

A veces podemos volver a unir lo que se rompió, pero sin darnos cuenta hay partes que se quedaron por el camino y nos dejan un hueco que ya no se llena porque no hay piezas que puedan encajar con algo que fue único.

Así se crean los vacíos y así duele tu recuerdo.

Un día menos, una noche más

No hay medicina concreta para acabar con el dolor, pero venga, me dicen, prueba con las pastillas de la felicidad, no pasa nada por tomártelas, no bebas y si notas grandes cambios en tu personalidad avisa a tus familiares cercanos porque podrías crecerte tanto en un momento determinado que podrían animarte al suicidio. Además me viene de familia. No pasa nada, no, gracias, doctor. Me está ayudando mucho. Saldremos de esta.

Por fin un día menos, pero una noche más entre sábanas revueltas, entre recuerdos, entre fantasmas que me empujan al vacío.

Me tomo las pastillas, mitigan un poco la angustia, pero nunca se termina, el nudo en la garganta permanece. Las pesadillas me persiguen con esa nueva imagen tuya, pero con tu voz, que sigue siendo idéntica. Sin embargo, ya nunca me rozas y no sé si tu piel me reconoce todavía.

Un ansiolítico, por favor.

Escucho una y otra vez esa canción que me recuerda a ti, aunque es una canción que nunca escuchamos juntos y, probablemente, ya no lo hagamos. Pero me recuerda a ti, como todas las cosas que hago o dejo de hacer últimamente.

Te sueño de nuevo, pero ya nunca te veo como antes. Sin embargo, te veo y parece tan real que la mañana se consume en la memoria de lo que fuimos. Ni siquiera en el mundo onírico las cosas son fáciles. Ni siquiera allí logro decirte lo que siento. Ya ni escribir es una opción.

Y yo solo quiero volver a empezar una vida que no sea esta. Una vida que no termine como va a terminar esta. No quiero sentir el desgarro y ver la caída de nuestros cuerpos mientras me escondo en una esquina. No quiero ser más yo. Quiero crecer valiente.

Si no puedo desaparecer, al menos quiero que mis actos me pertenezcan.

Sí, señor, eso quiero. No necesito su USB ni escribir una carta de despedida. Si no puede hacer otra cosa, sigamos con la medicación.

Otro ansiolítico, por favor. Gracias, esta noche dormiré mejor.

Decir adiós es también un principio

Decir adiós es también un principio.

Despedirse es una forma de empezar.

Es saber desnudarnos de la piel

y abandonar aquella

falsa felicidad

temblorosa.

Guardaré durante un tiempo

la verdad de tus labios y

el sexo cargado de poesía.

Las dudas posesivas acecharán

a este cuerpo,

pero me iré alejando de ti

despacio

como una luz en el mar

que te atrapa

pero siempre desaparece.

Dejaré que todo ocurra y

que todo pase,

como pasa la lluvia por el cristal

de las ventanas.

Te aseguro

que existe un lugar donde podré

(tal vez podremos)

volver a ser felices.

No sé dónde ni cuándo,

pero la sensación será parecida

a la de ir descalza

pisando la arena de la playa.

Quién sabe…

Quién sabe si tal vez, dentro de unos años, nos volvamos a encontrar caminando por este viejo pueblo,

cada uno inmerso en su mundo,

tan diferente del que vivimos o sentimos ahora.

Tal vez tú ya no tengas tanta prisa por salir corriendo.

Y tal vez yo no necesite darle tantas vueltas a las palabras y por fin me surjan solas.

Podría ser una conversación trivial, sin demasiados aderezos, pero en el fondo sentida. Sin falsedad.

Sé que nuestras sonrisas no serían fingidas.

Tú me confesarías que nunca pudiste dejar el tabaco,

yo reconocería que jamás dejé la manía de morderme las uñas.

Quizá entonces nos arrepentiríamos de cómo hicimos las cosas en el pasado, pero decirlo en voz alta seguiría sin ser nuestro estilo.

Seguiríamos fieles a la decisión tomada y los dos besos volverían a marcar otra despedida.

Quién sabe si sería entonces cuando descubriría que podía seguir viviendo sin ti y que, de hecho, ya me había acostumbrado a hacerlo.

Pero, sin embargo, a pesar de todo, preferiría seguir a tu lado.