BKK station

No necesito recorrer el mundo

para saber que te quiero

aquí

a mi lado.

Da igual Bangkok o Madrid

si echo de menos el olor de tu tabaco,

nuestras hipótesis absurdas

y aquellas miradas desnudas.

Que incluso las peleas me saben

ahora

menos amargas.

La falta de palabras,

la eterna inefabilidad

lo explica todo.

No fue perfecto, pero sí auténtico.

Pocas cosas reales quedan ya

en esta insoportable levedad.

Avísame cuando esos ojos

oscuros

dejen de ser dos agujeros negros.

No necesitas verme recorrer el mundo

para saber que te espero

aquí

allí

en cualquier parte.

No necesito recorrer el mundo

para saberlo.

1

Supongo que era una mañana como otra cualquiera y, como cualquier otro día, se había vuelto a acordar de ella. Tal vez leyó en el periódico un nombre parecido al suyo, pasó cerca del bar donde solían desayunar juntos, vio alguna matrícula que empezaba por H o simplemente apareció de repente por su cabeza sin previo aviso. Del modo que fuere, allí estaba, de nuevo, revolviendo sus pensamientos desde la distancia.

Era su primer verano sin ella y en San Sebastián el sol picaba más que nunca. Se preguntó cómo serían las cosas si hubiese aguantado un poco más, pero la llamada del móvil paralizó el pensamiento.

(…)

Había conocido a alguien en los últimos meses: una niña bien, con una cara bonita y buenos modales. Era inteligente, estaba terminando la carrera de Medicina. Era dulce y su sonrisa conseguía que él se olvidara de todo. Sin embargo, no tenía los ojos de océano de Natalia y cuando se quedaba solo no podía evitar ahogarse un poco en ellos todavía.

(…)

Descolgó el teléfono. Era Leticia. Llegaría más tarde a la cita porque debía terminar la presentación de su TFG cuanto antes.

-No te preocupes, maitia.

(…)

Otro pensamiento comenzó a rondarle, pero esta vez él fue más fuerte. Se dijo que la vida es solo para los valientes. No iba a perderse las cosas buenas que se le ponían por delante. No, esta vez no.

Se preparó la mochila: protección solar, una toalla y un libro. Tan poco bastaba para rozar la felicidad. Comenzó a caminar fijándose en los detalles de la ciudad, en sus aromas y sus gentes.

La soledad le sentaba bien. Llegó a la Concha y se sentó mirando al mar, escuchando atento cómo rompían las olas.

Y se repitió aquella frase.

– La vida es solo para los valientes.