Poema clavado

Sin quererlo, me he encontrado con algunos de sus poemas y me he preguntado hasta qué punto podía apropiarme ya de ellos y seguir sintiéndolos míos. Alguien que una vez creo que me amó, no dudó en decirme que eran para mí -o tal vez solo iban dirigidos a mí- pero nunca fueron míos. Cuando pasa el tiempo, se comienza a dudar, aparece esa manía tan nuestra, tan humana, que es la pertenencia, el querer saber si algo todavía es nuestro. ¿Es nuestro el pasado? ¿Son nuestros los recuerdos? Se considera acertado contestar que sí, pues al final cada uno los moldea a su antojo, a su forma de ver la vida, de cómo sufrió, de cómo lo sintió todo. En definitiva, lo hacemos nuestro aunque no nos pertenezca porque pocos recuerdos son solo nuestros, pues son la mayoría compartidos. Seguramente, hubo alguien más ahí que también lo recuerda, tal vez con otra banda sonora o tal vez sin ella, quizá no le dé ya ninguna importancia y entonces no insista en recordar ni en buscar razones ni culpas. ¿Es entonces cuando nos pertenece aquel recuerdo? Cuando el otro ya no quiere recordar… Cuando ya solo es nuestro y solo a nosotros nos importa cómo fue y qué ocurrió: si era verano o era invierno, si habíamos ido ese día a la peluquería o si habíamos aprobado el último examen de la carrera.

Así pues, los poemas tampoco pertenecerán solo a quien los escribió, a quien los recibió o a quien por alguna razón los encontró y ahora los lee.

Sus poemas no le pertenecerán por completo en el caso de que yo los siga recordando y, así, continuarán siendo algo compartido mientras yo los recuerde. O quizá ya sean solo míos y vivirán en alguna parte de mí, en algún pensamiento de madrugada cuando se repitan sin cesar aquellos versos.