Hemos evitado la circunstancia del adiós,
por eso cuando de verdad nos vamos
nunca nos despedimos con palabras.
Hemos evitado la circunstancia del adiós,
por eso cuando de verdad nos vamos
nunca nos despedimos con palabras.
El miedo a enloquecer ha vuelto. Abro los ojos a medianoche, tumbada en la cama, y la veo. Está allí, quieta, esperando un momento de debilidad. No miento, la locura me está saludando asomada a la puerta de mi habitación.
No sé cómo ha ocurrido, pero ha entrado, ha venido de nuevo y me sonríe. Yo tengo miedo y cierro los ojos fuerte, muy fuerte, esperando que desaparezca. Pero ya no consigo controlar los pensamientos, la marabunta de emociones se ha desatado y se ha apoderado de mí.
Siento que estoy resbalando a un pozo de pánico que me paraliza y me congela. Me aterra tanto no ser capaz de salir, como permanecer aquí tan solo cinco segundos. Es demasiado tiempo. Soy demasiado cobarde para sobrevivir.
La acusada caminó lentamente hacia el estrado y, sin tiempo a que nadie pudiera preguntarle, dijo:
– Sí, señoría, me declaro culpable. No soy más que otra creyente del amor romántico.
A lo que la jueza le contestó:
– Usted tan solo es otra víctima más de la educación sexista del siglo XX.