Locura

El miedo a enloquecer ha vuelto. Abro los ojos a medianoche, tumbada en la cama, y la veo. Está allí, quieta, esperando un momento de debilidad. No miento, la locura me está saludando asomada a la puerta de mi habitación.

No sé cómo ha ocurrido, pero ha entrado, ha venido de nuevo y me sonríe. Yo tengo miedo y cierro los ojos fuerte, muy fuerte, esperando que desaparezca. Pero ya no consigo controlar los pensamientos, la marabunta de emociones se ha desatado y se ha apoderado de mí.

Siento que estoy resbalando a un pozo de pánico que me paraliza y me congela. Me aterra tanto no ser capaz de salir, como permanecer aquí tan solo cinco segundos. Es demasiado tiempo. Soy demasiado cobarde para sobrevivir.

Un día menos, una noche más

No hay medicina concreta para acabar con el dolor, pero venga, me dicen, prueba con las pastillas de la felicidad, no pasa nada por tomártelas, no bebas y si notas grandes cambios en tu personalidad avisa a tus familiares cercanos porque podrías crecerte tanto en un momento determinado que podrían animarte al suicidio. Además me viene de familia. No pasa nada, no, gracias, doctor. Me está ayudando mucho. Saldremos de esta.

Por fin un día menos, pero una noche más entre sábanas revueltas, entre recuerdos, entre fantasmas que me empujan al vacío.

Me tomo las pastillas, mitigan un poco la angustia, pero nunca se termina, el nudo en la garganta permanece. Las pesadillas me persiguen con esa nueva imagen tuya, pero con tu voz, que sigue siendo idéntica. Sin embargo, ya nunca me rozas y no sé si tu piel me reconoce todavía.

Un ansiolítico, por favor.

Escucho una y otra vez esa canción que me recuerda a ti, aunque es una canción que nunca escuchamos juntos y, probablemente, ya no lo hagamos. Pero me recuerda a ti, como todas las cosas que hago o dejo de hacer últimamente.

Te sueño de nuevo, pero ya nunca te veo como antes. Sin embargo, te veo y parece tan real que la mañana se consume en la memoria de lo que fuimos. Ni siquiera en el mundo onírico las cosas son fáciles. Ni siquiera allí logro decirte lo que siento. Ya ni escribir es una opción.

Y yo solo quiero volver a empezar una vida que no sea esta. Una vida que no termine como va a terminar esta. No quiero sentir el desgarro y ver la caída de nuestros cuerpos mientras me escondo en una esquina. No quiero ser más yo. Quiero crecer valiente.

Si no puedo desaparecer, al menos quiero que mis actos me pertenezcan.

Sí, señor, eso quiero. No necesito su USB ni escribir una carta de despedida. Si no puede hacer otra cosa, sigamos con la medicación.

Otro ansiolítico, por favor. Gracias, esta noche dormiré mejor.

Paz

Volveré con una piel más dorada, marcada por los abrazos del sol, algo inusual en un cuerpo que ha vivido encerrado en tantos inviernos.

Pareceré otra o tal vez la misma, pero tan solo yo sabré quién se oculta tras las palabras que se entremezclan con la arena y el sabor del mar.

Seguiré buscando la dulzura porque nunca he sabido vivir entre tanta sal. Y, aunque no vuelva a ningún lugar, siento que de algún modo regreso donde siempre quise estar.

El caos es especialista en seducir a mi equilibrio, pero hoy mi cuerpo me pide paz y se la voy a dar.

Quién sabe…

Quién sabe si tal vez, dentro de unos años, nos volvamos a encontrar caminando por este viejo pueblo,

cada uno inmerso en su mundo,

tan diferente del que vivimos o sentimos ahora.

Tal vez tú ya no tengas tanta prisa por salir corriendo.

Y tal vez yo no necesite darle tantas vueltas a las palabras y por fin me surjan solas.

Podría ser una conversación trivial, sin demasiados aderezos, pero en el fondo sentida. Sin falsedad.

Sé que nuestras sonrisas no serían fingidas.

Tú me confesarías que nunca pudiste dejar el tabaco,

yo reconocería que jamás dejé la manía de morderme las uñas.

Quizá entonces nos arrepentiríamos de cómo hicimos las cosas en el pasado, pero decirlo en voz alta seguiría sin ser nuestro estilo.

Seguiríamos fieles a la decisión tomada y los dos besos volverían a marcar otra despedida.

Quién sabe si sería entonces cuando descubriría que podía seguir viviendo sin ti y que, de hecho, ya me había acostumbrado a hacerlo.

Pero, sin embargo, a pesar de todo, preferiría seguir a tu lado.

Nadie ganará esta guerra

Nadie ganará esta guerra

porque cuando termine

no seremos más que una foto en blanco y negro.

Así que echa de menos lo que se fue si es necesario,

pero no te rompas porque eres más fuerte que las pompas de jabón.

Reinvéntate y, si hace falta, empieza de cero.

Porque a lo mejor a la vida solo hay que pintarle los labios de viernes

para que sonría con más ganas,

para que nos bese mejor y nos impregne de carmín.

A lo mejor la vida nunca nos da la espalda,

pero nos empeñamos en que todo se torne simple y diminuto.

A lo mejor la vida ya te está guiñando un ojo y,

lo único que tienes que hacer, es dejarte seducir por ella.

Nadie ganará esta guerra

porque cuando termine

no seremos más que una foto en blanco y negro.

Así que no luches contra tus recuerdos

y no te quedes a vivir en los silencios si no es conmigo.

Respuestas

Respuestas que llegan sin pedirlas y cortan como el filo de una navaja recién afilada una parte de tu ser, que poco a poco se desvanece.

Respuestas que vienen cuando menos necesitamos oír la verdad y preferimos construir una certeza maquillada con futuros lejanos en mundos ideales.

Respuestas que nos devuelven a la realidad y que, quizá, nos ayuden a tener un mañana más limpio; pero que escuecen en la piel y dejan cicatrices.

Hoy prefiero que no me contestes, que no me digas nada. No quiero más respuestas.

La vida no es justa

La primera lección que deberían enseñarnos en la escuela es que la vida no es justa.

Ser humano implica equivocarse, pero sobre todo saber rectificar. Hoy ya no me avergüenzo al decir que tengo miedo, porque a veces soy frágil. Es por eso que me esfuerzo en alcanzar al tiempo y tomarle por sorpresa un arcón de segundas oportunidades, sabiendo que la única oportunidad que puede darme el tiempo es el aprendizaje y la madurez para no caer en los mismos errores. Sin embargo, otras veces soy fuerte y luchadora y, así, acepto las dolencias de la vida, tanto aquellas que son consecuencia de mis actos como otras que llegan sin llamar a la puerta.

Algo tan simple como una canción o un poema me devuelven la esperanza y se esboza en este rostro desgastado una leve sonrisa porque recuerdo que aunque la tormenta trae lluvia, ésta siempre desemboca en el océano.

La vida empieza ahora

Apretemos fuerte los ojos

y pidamos un deseo.

Yo seré una persona más libre, más valiente y generosa.

Tú, simplemente, no formarás ya parte de mi vida y no le hablaré a nadie de ti, de tu olor a tabaco y limón, de tus lluvias y apagones.

No habrá más etcéteras desgastados.

Sabré vivir otra vida sin ti y ni siquiera sabré qué he perdido o ganado, porque serás solo un desconocido que camina por la calle fumando.

El dolor se esfumará tan rápido como un cometa que se aleja sin rumbo.

Lo cotidiano será el argumento de mi vida, sin huracanes, sin amaneceres. Pero no lo echaré de menos, nunca lo habré vivido.

Apretemos fuerte los ojos

y pidamos un deseo.

La vida empieza ahora.

Volveremos a ser niños y en la infancia estará nuestra patria.

Nacimos para querernos, pero no para estar juntos.

La vida empieza ahora.

Estación abandonada

A veces el corazón es como una estación abandonada. Todo se resume en pedazos que nadie recoge, que a nadie importan. Poco a poco se va deteriorando y es difícil seguir adelante sin algún apoyo, pues a nadie le interesa una estación en la que los trenes nunca se detienen, nunca esperan, nunca saludan. Sólo son un reflejo efímero que se difumina rápido ante cualquier mirada, ante cualquier pasajero.