“La poesía destruye al hombre” nos dijo aquel sabio,
aquel último hombre al que muchos llamaron viejo loco.
La poesía nos devora. Unas veces con calma, otras con prisa.
Entra en nuestras vidas haciéndonos comprender que nada sabíamos antes de ella.
Nada éramos.
Me tumbo de madrugada, con todas las luces ya apagadas,
y presiento tu aliento desgarrado,
tus mismas preguntas,
tus mismas inquietudes que con el tiempo no cambian,
solo te vuelven más loco para algunos.
Para mí más sabio.
¿Por qué llamamos pájaro al pájaro? ¿Por qué no hierba o flor?
Desnúdame de tantas mentiras, de tantas palabras perdidas
que no sabemos –ni sabremos nunca- de dónde vienen.
Esta inefabilidad de las palabras, de las cosas y de la vida nos consume.
Absolvamos, pues, el enigma de la ropa.
Esta ignorancia se nos clava en la piel como alfileres.