Viejo escorzo desgastado

Se divertían juntos. Entre ellos había química, complicidad. La vida se resumía en buenos ratos, risas, sexo, besos y caricias. Pero, como era de esperar, no estaban en el mismo punto.

Maldito punto  que resume la vida a un viejo escorzo desgastado.

Como es bien sabido, en toda relación siempre hay uno que siente más. Nadie sabe por qué mierdas pasa eso, pero es así.

Ella no estaba preparada para tener nada serio. Sin embargo, él no podía dejar de mirarla por las noches, imaginando una vida a su lado. Ella, simplemente, dormía. Él soñaba con sus besos.

 Ambos seguían las pautas que desembocaban en la solución de la misma ecuación que, sin palabras,  habían acordado:  nada de llamadas a media noche, nada de te quieros ni de palabras de amor llenas de melancolía. Él no las decía, ella no las esperaba.

 Él sabía que aquello no duraría más de lo que dura un verano. Ella se lo había dicho desde el principio: simplemente no podía querer, no sabía hacerlo. Supo una vez, creo, pero se le olvidó rápido.  Estaba cansada –decía- de promesas sin cumplir, de remordimientos por las noches, de besos que no valen nada. Ahora prefería vivir cada momento, no apegarse a nada ni nadie. Tan solo quería respirar y sentirse viva.

Libros olvidados

En ocasiones tratamos a los libros como a las personas, juzgándolos por su apariencia. Los dejamos pasar si no nos atrae la primera impresión.

 

A veces un obstinado o despistado lector deja pasar al libro de su vida, aquel que hubiera destacado en su estantería, posteriormente, entre todos los demás tan solo porque  su portada no era lo suficientemente comercial, porque la tapa estaba un poco desgastada, porque las primeras palabras no fueron demasiado atractivas o porque sus colores eran apagados o demasiado agresivos.

 

Sin embargo, sé que todavía somos muchos los que nos atrevemos a apostar por aquel libro desgastado de segunda mano, lleno de historias desconocidas, con dedicatorias que nos hacen soñar una vida distinta a la nuestra, una vida ajena y desconocida de alguien que tiene algo en común con nosotros aunque él no lo sepa. Recuerda que alguien tuvo ese mismo libro entre las manos y tal vez lo amó o lo detestó. No importa cuál fuera su sentimiento hacia él, sino el viaje que te permite imaginar qué pasó. ¿Acaso no es eso la literatura? ¿Acaso no debe interpretar cada lector, a su modo, cada palabra, cada fragmento, cada oración? Entonces, ¿por qué no soñar y dejarnos llevar también con una simple dedicatoria, con una simple página doblada, con un simple subrayado?

 

No rechacemos, pues, al libro por su ropaje raído. Démosle una oportunidad para que nos cuente qué sucedió.

 

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